miércoles, 11 de enero de 2012

1914 y los últimos días


En Lucas 21:24 encontramos estas palabras de Jesús: “Jerusalén será hollada (o pisoteada) por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos señalados de las naciones”, o “los tiempos de los Gentiles”, según la versión Reina-Valera de 1865. Jerusalén era la capital de la nación judía. Desde allí gobernaba una línea de reyes de la casa real de David (Salmo 48:1, 2). Estos reyes eran distintos de los demás líderes nacionales porque se sentaban en “el trono de Jehová”, es decir, eran representantes de Dios (1 Crónicas 29:23). Así pues, Jerusalén simbolizaba el gobierno que ejerce Jehová.
Entonces, ¿cómo y cuándo comenzaron las naciones a pisotear el gobierno de Dios? Esto ocurrió en el año 607 antes de la era común (a.e.c.), cuando los babilonios tomaron Jerusalén. “El trono de Jehová” quedó vacío, y se interrumpió la línea de reyes que descendían de David (2 Reyes 25:1-26). ¿Se mantendría “hollada” a Jerusalén para siempre? No, pues en el libro profético de Ezequiel se da esta orden a Sedequías, el último rey de esa ciudad: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esta [...] no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él” (Ezequiel 21:26, 27). La persona con “el derecho legal” a heredar la corona de David es Jesucristo (Lucas 1:32, 33). Por lo tanto, Jerusalén dejaría de ser “hollada” cuando Jesús se convirtiera en Rey.
¿Cuándo ocurrió este gran suceso? Jesús indicó que los gentiles (es decir, los no judíos) gobernarían por un tiempo, o período, señalado. El capítulo 4 de Daniel da la clave para saber su duración. Allí se relata un sueño profético que tuvo un rey de Babilonia llamado Nabucodonosor. En el sueño vio cómo cortaban un árbol enorme. Solo se dejaba su base, la cual se ataba con hierro y cobre para que no creciera. Luego, un ángel ordenaba: “Pasen siete tiempos sobre él” (Daniel 4:10-16).
En la Biblia, los árboles en ocasiones representan gobiernos (Ezequiel 17:22-24; 31:2-5). Por lo tanto, el hecho de que se cortara el árbol simbólico significa que quedaría interrumpido el gobierno de Dios, el cual estaba representado por los reyes de Jerusalén. Sin embargo, la visión también anunció que “Jerusalén” sería “hollada” temporalmente: durante “siete tiempos”. ¿Cuánto duraría en realidad ese período?
Revelación (o Apocalipsis) 12:6, 14 indica que tres tiempos y medio son “mil doscientos sesenta días”. Por lo tanto, “siete tiempos” durarían el doble: 2.520 días. Ahora bien, las naciones no judías no dejaron de pisotear el gobierno de Dios tan solo 2.520 días después de la caída de Jerusalén. Queda claro que esta profecía tiene que extenderse por mucho más tiempo. Si buscamos Números 14:34 y Ezequiel 4:6, veremos que los dos textos mencionan una regla: “un día por un año”. Si aplicamos esa regla a los “siete tiempos”, tenemos 2.520 años.
El período de 2.520 años comenzó en octubre del 607 a.e.c. —cuando los babilonios tomaron Jerusalén y quitaron del trono al rey descendiente de David— y terminó en octubre de 1914. Fue entonces cuando concluyeron “los tiempos señalados de las naciones” y cuando Dios colocó a Jesucristo en su puesto de Rey celestial (Salmo 2:1-6; Daniel 7:13, 14).
Jesús predijo que durante su “presencia” como Rey celestial se producirían sucesos espectaculares, tales como guerras, hambres, terremotos y epidemias (Mateo 24:3-8; Lucas 21:11). Y así ha sido. Estos sucesos son una prueba convincente de que en el año 1914 nació el Reino celestial de Dios y comenzaron “los últimos días” de este mundo malvado (2 Timoteo 3:1-5).

¿Qué indica que hoy vivimos en “los últimos días”?
    La Biblia utiliza la expresión “últimos días” para referirse al período de conclusión que culmina en una ejecución fijada por Dios que marca el fin de un sistema de cosas. El sistema judío, con su adoración en torno al templo de Jerusalén, experimentó sus últimos días durante el período que culminó en su destrucción en 70 E.C. Lo que sucedió entonces fue un cuadro de lo que se experimentaría de manera mucho más intensa y en escala global en un tiempo en que todas las naciones se encararían a la ejecución de juicio que Dios ha decretado.
La Biblia describe acontecimientos y condiciones que marcan este significativo período. “La señal” es una señal compuesta de muchas pruebas; por consiguiente, su cumplimiento requiere que todos los aspectos de la señal se hagan claramente manifiestos durante una misma generación. Los varios aspectos de la señal se hallan registrados en los capítulos 24 y 25 de Mateo, 13 de Marcos y 21 de Lucas; hay más detalles en 2 Timoteo 3:1-5, 2 Pedro 3:3, 4 y Revelación 6:1-8. A modo de ilustración, consideraremos algunas partes sobresalientes de la señal.

“Se levantará nación contra nación y reino contra reino” (Mat. 24:7)
Por miles de años la guerra ha estropeado vidas en la Tierra. Se han peleado guerras internacionales y guerras dentro de las naciones mismas. Pero comenzando en 1914 se peleó la primera guerra mundial. No se trató sencillamente de un conflicto entre dos ejércitos en el campo de batalla. Por primera vez, todas las potencias principales estuvieron en guerra. Naciones enteras —incluso la población civil— se movilizaron para apoyar el esfuerzo bélico. Se calcula que para el fin de la guerra el 93 por 100 de la población del mundo había tenido algo que ver con esta.
Como se predijo en Revelación 6:4, ‘la paz fue quitada de la tierra’. Así, el mundo ha continuado en un estado de tumulto y agitación desde 1914. La II Guerra Mundial se peleó de 1939 a 1945. Según el almirante retirado Gene La Rocque, de 1945 a 1982 se habían peleado otras 270 guerras. Durante este siglo más de cien millones de personas han perecido en guerras. Además, según la edición de 1982 de la publicación World Military and Social Expenditures (Gastos militares y sociales del mundo), en ese año cien millones de personas estuvieron participando directa o indirectamente en actividades militares.
¿Se necesita más para cumplir este aspecto de la profecía? Hay decenas de miles de armas nucleares listas para uso inmediato. Científicos prominentes han dicho que si las naciones usaran tan solo una fracción de sus arsenales nucleares, la civilización —y posiblemente la entera especie humana— sería destruida. Pero ese no es el resultado final al que señala la profecía bíblica.

“Habrá escaseces de alimento [...] en un lugar tras otro” (Mat. 24:7)
En la historia humana ha habido numerosas hambres. ¿Hasta qué grado ha sido afligido por el hambre el siglo XX? La guerra de tipo mundial ocasionó hambre general en Europa y Asia. El continente africano ha sido azotado por la sequía, que ha resultado en extensa escasez de alimento. A fines de 1980 la Organización para la Alimentación y la Agricultura calculó que 450.000.000 de personas experimentaban hambre hasta rayar en la inanición, y que había mil millones de personas sin suficiente alimento. De estas, aproximadamente 40.000.000 mueren al año —algunos años hasta 50.000.000 mueren— a causa de la escasez de alimento.
¿Hay algo que marque como diferentes estos casos de escasez de alimento? Revelación 6:6 indicó que una pequeña cantidad de alimentos básicos como el trigo y la cebada se vendería por el equivalente del salario de un día (un denario; véase Mateo 20:2), y advirtió que no se usaran con demasiada rapidez las provisiones de aceite de oliva y vino. Todos estos artículos se consideraban necesidades en el Oriente Medio en aquellos tiempos; por eso, esto predijo grave escasez de alimentos. Esta situación ya no es local, sino mundial. En 1981 el periódico The New York Times informó: “Las mejoras en el nivel de vida y la creciente demanda de alimento alrededor del mundo han ejercido presión sobre los precios del alimento, lo cual ha hecho que sea más difícil que los países más pobres importen el alimento que necesitan”. En muchos países la producción de alimento, hasta con la ayuda de la ciencia moderna, no ha podido mantenerse al paso con el aumento de la población total. Los peritos modernos en asuntos de alimentos no ven solución real para el problema.

“Habrá grandes terremotos” (Luc. 21:11)
Es cierto que en siglos pasados hubo grandes terremotos; además, el equipo sensible de que disponen los científicos ahora les permite detectar más de un millón de temblores al año. Pero no se necesitan instrumentos especiales para que la gente sepa cuándo ocurre un gran terremoto.
¿Ha habido en realidad una cantidad significativa de terremotos de gran magnitud desde 1914? Con información que se obtuvo del Centro Nacional de Datos Geofísicos, de Boulder, Colorado, complementada con un gran número de obras básicas de referencias, en 1984 se hizo una tabulación que incluyó solo los terremotos que midieron 7,5 o más en la escala de Richter, o que hubieran causado cinco millones de dólares (E.U.A) o más en pérdidas por destrucción de la propiedad, o que hubieran causado 100 muertes o más. Se tuvo constancia de que habían ocurrido 856 de tales terremotos durante los 2.000 años antes de 1914. Los mismos cálculos mostraron que en un período de solo 69 años después de 1914 hubo 605 terremotos de ese tipo. Eso significa que, en comparación con los 2.000 años anteriores, el promedio, por año, ha sido 20 veces mayor desde 1914.

“En un lugar tras otro pestes” (Luc. 21:11)
Durante la conclusión de la primera guerra mundial la gripe española se extendió por todo el globo terráqueo, y causó más de 20.000.000 de muertes a un ritmo sin precedente en la historia de las enfermedades. A pesar de los avances de la ciencia médica, cada año el cáncer, las enfermedades del corazón, las diferentes enfermedades transmitidas por las relaciones sexuales, la esclerosis múltiple, el paludismo, la ceguera de los ríos y la enfermedad de Chagas dejan un alto saldo de víctimas.

‘Aumento del desafuero acompañado de un enfriamiento del amor de la mayor parte’ (Mat. 24:11, 12)
Un eminente criminalista dice: “Lo que salta a la vista cuando uno observa el delito a nivel mundial es el hecho de que por todas partes va aumentando y extendiéndose con persistencia. Las excepciones que hay resaltan como casos de esplendor aislado, y tal vez pronto se los trague la marea que va subiendo” (The Growth of Crime [El delito crece], Nueva York, 1977, sir Leon Radzinowicz y Joan King, págs. 4, 5). El aumento es real; no es sencillamente un asunto de que haya mejor informe de los delitos. Es cierto que en generaciones pasadas también hubo delincuentes y criminales, pero nunca antes ha estado el delito tan difundido como ahora. Personas de edad saben esto por experiencia propia.
El desafuero a que se refiere la profecía incluye desacato a las leyes conocidas de Dios, el ponerse el individuo a sí mismo en el centro de su vida, en vez de tener allí a Dios. Como resultado de esta actitud, la tasa del divorcio ha aumentado vertiginosamente, se aceptan comúnmente el tener relaciones sexuales fuera del vínculo matrimonial y la homosexualidad, y cada año se practican decenas de millones de abortos. Tal desafuero se asocia (en Mateo 24:11, 12) con la influencia de falsos profetas, los que rechazan la Palabra de Dios para aceptar sus propias enseñanzas. El prestar atención a las filosofías de estos en lugar de apegarse a la Biblia contribuye a que haya un mundo desamorado (1 Juan 4:8). Lea la descripción de ese mundo en 2 Timoteo 3:1-5.

“Los hombres desmayan por el temor y la expectativa de las cosas que vienen sobre la tierra habitada” (Luc. 21:25, 26)
“La realidad es que hoy día la emoción que por sí sola más domina nuestra vida es el temor”, dice la revista U.S.News & World Report (11 de octubre de 1965, pág. 144). “Nunca antes ha tenido la humanidad tanto temor como en el día actual”, informó la revista alemana Hörzu (núm. 25, 20 de junio de 1980, pág. 22).
Hay muchos factores que contribuyen a esta atmósfera mundial de temor: los crímenes violentos, el desempleo, la inestabilidad económica que se debe a que tantas naciones estén endeudadas sin esperanza de recobro, la contaminación mundial del ambiente, la carencia de vínculos familiares fuertes y amorosos, y la abrumadora sensación de que la humanidad se halla en peligro inminente de aniquilación nuclear. Lucas 21:25 menciona ‘señales en el sol, la luna y las estrellas, y el bramido de los mares’ con relación a la angustia que sienten las naciones. Suele suceder que con la salida del Sol no se espere nada bueno; más bien, hay temor de lo que el día haya de traer; cuando la Luna y las estrellas brillan, el temor al crimen hace que la gente permanezca en casa con las puertas cerradas. En el siglo XX, pero no antes, se han utilizado aviones y mísiles para hacer llover destrucción desde los cielos. Submarinos que llevan mísiles de cargas mortíferas rondan los mares; uno solo de estos submarinos está equipado para causar la aniquilación de 160 ciudades. ¡Con razón las naciones se hallan en angustia!

‘Los verdaderos discípulos de Cristo serán objeto de odio de parte de todas las naciones por causa del nombre de él’ (Mat. 24:9)
Esta persecución no les viene a causa de que se inmiscuyan en la política, lo cual no hacen, sino ‘a causa del nombre de Jesucristo’, porque Sus seguidores se apegan a él como el Rey Mesiánico nombrado por Jehová, porque obedecen a Cristo antes que a cualquier gobernante humano, porque se adhieren lealmente a Su Reino y no se envuelven en los asuntos de los gobiernos humanos. Como lo muestra la historia moderna, eso es lo que los testigos de Jehová han experimentado en todas partes de la Tierra.

‘La predicación de estas buenas nuevas del reino en toda la tierra habitada para testimonio’ (Mat. 24:14)
El mensaje que se predicaría es que el Reino de Dios en las manos de Jesucristo ha comenzado a gobernar en los cielos, que pronto pondrá fin al entero inicuo sistema de cosas, que bajo su gobernación la humanidad será elevada a la perfección y que la Tierra será convertida en un paraíso. Esas buenas nuevas se están predicando hoy en más de 235 países y territorios, hasta las partes más distantes de la Tierra. Los testigos de Jehová dedican centenares de millones de horas a esta actividad cada año, y vez tras vez van de casa en casa para que, hasta donde sea posible, a toda persona se dé la oportunidad de escuchar.

          Testigos de Jehová predicando de casa en casa

sábado, 7 de enero de 2012

¿Quién es el arcángel Miguel?


Aparte de Gabriel, Miguel es el único ángel santo mencionado por nombre en la Biblia y el único al que se llama “arcángel”. (Judas 9.) La primera vez que aparece su nombre es en el capítulo décimo de Daniel, donde se dice que es “uno de los príncipes prominentes” que fue a ayudar a un ángel de menor rango al que se oponía el “príncipe de la región real de Persia”. A Miguel se le llamó “el príncipe” del pueblo de Daniel, “el gran príncipe que está plantado a favor de los hijos de tu pueblo [el de Daniel]”. (Daniel 10:13, 20, 21; 12:1.) Estas palabras señalan a Miguel como el ángel que condujo a los israelitas a través del desierto. (Éxodo 23:20, 21, 23; 32:34; 33:2.) El hecho de que ‘Miguel el arcángel tuviera una diferencia con el Diablo y disputara acerca del cuerpo de Moisés’ presta apoyo a esta conclusión. (Judas 9.)
En la Biblia hay solo unos cuantos pasajes donde se llama Miguel a cierto ser espiritual. Pero en todos ellos siempre aparece haciendo algo. En el libro de Daniel, está combatiendo contra ángeles malos; en la carta de Judas, está discutiendo con el Diablo, y en el libro de Revelación (o Apocalipsis), está guerreando contra Satanás y sus demonios. En efecto, siempre defiende la autoridad de Jehová como Rey y lucha contra los enemigos de Dios. De esta manera hace honor a su nombre, que significa “¿Quién Es Como Dios?”. Ahora bien, ¿quién es Miguel?
Antes de nada, recordemos que algunas personas tienen más de un nombre. Por ejemplo, a Jacob, que fue cabeza de una gran familia, también se le conoció como Israel, y al apóstol Pedro, como Simón (Génesis 49:1, 2; Mateo 10:2). De igual modo, la Biblia contiene indicaciones de que Miguel es otro nombre que recibe Jesucristo tanto antes de venir a la Tierra como después de regresar al cielo. Veamos qué razones encontramos en las Escrituras para llegar a esta conclusión.

Arcángel
 La Palabra de Dios presenta a Miguel como “el arcángel” (Judas 9). Este término significa “ángel principal”. Notamos que a Miguel se le llama el arcángel, lo que da a entender que solo hay uno de estos ángeles. De hecho, la Biblia nunca emplea la palabra “arcángel” en plural, sino siempre en singular. Además, Jesús aparece relacionado con la labor de arcángel. Así lo vemos en 1 Tesalonicenses 4:16, donde se indica lo que hará el resucitado Jesucristo: “El Señor mismo descenderá del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel”. Este pasaje dice que Jesús hablará con voz de arcángel. Si la denominación “arcángel” no aplicara a Jesucristo, sino a otros ángeles, la referencia a una “voz de arcángel” no sería apropiada, pues designaría una voz de menor autoridad que la del Hijo de Dios. Por lo tanto, da a entender que el propio Jesús es el arcángel Miguel.
Comandante
 La Biblia señala que “Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón [...] y sus ángeles” (Revelación 12:7). Es obvio que Miguel es el Comandante de un ejército de ángeles fieles. El libro de Revelación también presenta a Jesús como el Comandante de un ejército de ángeles fieles (Revelación 19:14-16). Y el apóstol Pablo menciona expresamente al “Señor Jesús” y “sus poderosos ángeles” (2 Tesalonicenses 1:7). Así pues, la Biblia habla tanto de Miguel y “sus ángeles” como de Jesús y “sus ángeles” (Mateo 13:41; 16:27; 24:31; 1 Pedro 3:22). La Palabra de Dios no dice en ningún lugar que existan dos ejércitos de ángeles fieles, uno dirigido por Miguel y otro por Jesús. Por lo tanto, es lógico llegar a la conclusión de que Miguel es nada menos que Jesucristo desempeñando sus funciones en el cielo.

Hay también otras correspondencias que demuestran que Miguel es realmente el Hijo de Dios. Después de la primera referencia a Miguel (Daniel 10:13), Daniel registró una profecía que llegaba hasta “el tiempo del fin” (Daniel 11:40), y luego dijo: “Y durante aquel tiempo se pondrá de pie Miguel, el gran príncipe que está plantado a favor de los hijos de tu pueblo [el de Daniel]”. (Daniel 12:1.) El que Miguel ‘se pusiera de pie’ estaría relacionado con “un tiempo de angustia como el cual no se ha hecho que ocurra uno desde que hubo nación hasta aquel tiempo”. (Daniel 12:1.) En la profecía de Daniel, ‘ponerse de pie’ se refiere con frecuencia a una acción tomada por un rey, ya sea para obtener poder real o para actuar en su calidad de monarca. (Daniel 11:2-4, 7, 16b, 20, 21.) Este hecho apoya la conclusión de que Miguel es Jesucristo, pues él es el rey nombrado por Jehová y ha recibido la comisión de destruir a todas las naciones en Armagedón. (Revelación 11:15; 16:14-16.)
El libro de Revelación (12:7, 10, 12) menciona a Miguel con relación al establecimiento del reino de Dios y enlaza este acontecimiento con disturbios para la Tierra: “Y estalló guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón, y el dragón y sus ángeles combatieron [...]. Y oí una voz fuerte en el cielo decir: ‘¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido arrojado hacia abajo el acusador de nuestros hermanos [...]! A causa de esto, ¡alégrense, cielos, y los que residen en ellos! ¡Ay de la tierra y del mar!’”. Después se representa a Jesucristo dirigiendo a los ejércitos celestiales en guerra contra las naciones de la Tierra. (Revelación 19:11-16.) Esto significaría para ellas un período de aflicción que lógicamente estaría incluido en el “tiempo de angustia” que llegaría después que Miguel se pusiese en pie. (Daniel 12:1.) Ya que el Hijo de Dios tiene que luchar contra las naciones, es razonable que fuese él quien previamente combatiera con sus ángeles contra el dragón sobrehumano, Satanás el Diablo, y sus ángeles.
Antes de hacerse hombre, a Jesús se le llamaba “la Palabra” (Juan 1:1), y también tenía el nombre personal de Miguel. Al conservar el nombre Jesús después de su resurrección (Hechos 9:5), se demuestra que la “Palabra” es la misma persona que el Hijo de Dios en la Tierra. El que volviese a asumir su nombre celestial, Miguel, y su título (o nombre), “La Palabra de Dios” (Revelación 19:13), le vincula con su existencia prehumana. El mismísimo significado del nombre Miguel: “¿Quién Es Como Dios?”, señala que Jehová Dios no tiene semejante o igual y que Miguel, su arcángel, es su gran Defensor o Vindicador.